Una forma de la esperanza

Sin domeñar en absoluto su furia eléctrica, ni tampoco su conciencia de no ser más que un hijo de su época, flecha insomne en manos del tiempo, Asier Vázquez (Bilbao, 1981) hilvana, en esta su ya cuarta entrega poética, un ramillete de instantes donde la luz, el sol, el viento, la quejumbre del mar, el canto errante de un pájaro o, en fin, la risa cristalina de una mujer, se aferran con fuerza a nuestro cuerpo y, como aire entre las ramas, se cuelan en nuestra memoria y nos mecen el espíritu, dibujando así la medida exacta del paraíso y, como quiso el gran Antonio Vega, el sitio idóneo para nuestro recreo. Con el verbo como única arma posible, y equilibrando en su medida justa la tradición —Basho, Issa, Buson— y la modernidad —José Cereijo, José Luis Parra, Susana Benet—, los haikus de Asier Vázquez detienen la pena y, a cambio, nuestro ánimo se yergue como una flor, solitaria y alegre, entre el asfalto. Leerlos, en suma, nos confirma una vez más la insólita esperanza de existir.

Carlos Iglesias Díez