Un mismo texto puede servir para describir el tratado en que Copérnico situaba al Sol en el centro del universo y este poemario de Amanda Sorokin. Porque creo verdaderamente que la autora busca descubrir un orden más elegante en el universo en general y en nuestras vidas en particular. No os dejéis intimidar por el latinajo, en este libro hay carne. Hay carne en el mejor sentido literario, o sea, hay verdad. Hay mocosos con exceso de edad, gente que se mira fijamente la infancia. Hay sirenas posmodernas, hay pulpos a la brasa y a la Cthulhu. Hay hoteles con nombres raros, soledades con nombres propios, viajes hacia atrás y hacia adelante, pequeñas muertes, algún nacimiento. Hay un humor muy raro, de ese que solo hace reír a los raros y por eso es tan bueno. Hay una firme voluntad de buscar y compartir preguntas. No os dejéis intimidar por el latinajo, en este libro alguien habla al oído.
«El mundo es más hondo que extenso», escribió Fernando Pessoa. Y también: «Para ir lejos no hace falta ir muy lejos». Basta abrir bien los ojos, no caminar distraído para que el camino nos ofrezca sus regalos, a veces solo una pequeña flor, un minúsculo insecto o un canto rodado que vale por todos los tesoros. No ha ido muy lejos Cristian David López en estas caminatas, rara vez solitarias, casi siempre en familia. Comienza el libro con una vuelta a la patria, madre y madrastra, que se ha dejado atrás; hay también una peregrinación francesa tras las huellas de Rafael Barrett, el escritor expulsado de España que se convirtió en maestro de la literatura paraguaya, pero la mayoría son lugares cercanos: la Rioja, Extremadura, Galicia y, sobre todo, la Asturias rural e inagotable. Vaya donde vaya, Cristian David López sabe ver las cosas con otros ojos. Se pone a la altura del niño para contemplar el mundo y el mundo le premia con inéditas maravillas.